viernes, 2 de julio de 2010

Repercusiones de la mentalidad oligárquica: el racismo

El estado oligárquico fue conformado por las familias ricas de la sociedad limeña, donde la toma del poder político incluyo una vida de caballerosidad, una práctica de la moralidad y la ética, y un fervor hacia la religión católica. Las familias representantes de este disminuido grupo fueron adineradas y propietarias de distintas haciendas, en las que se incluía el paternalismo y el provecho de tierras fértiles para la producción agropecuaria. No obstante, en esta sociedad “utópica”, donde la constante vida de lujos y frivolidades pudo atribuirse al alto nivel socioeconómico implicado, existió una desintegración y marginación hacia las clases populares, y por ello no se pudo desarrollar de mejor manera el poder político. La carencia de un proyecto político a nivel nacional y la exclusión de las otras clases sociales impidieron a la oligarquía conformar un Estado ya que únicamente ellos se consideraban integrados como una nación.

El paternalismo en las haciendas trajo consigo la discriminación hacia los propios trabajadores dentro de la hacienda, ya que el patrón tomaba actitudes de superioridad, “El poder omnímodo del propietario para dirigir la empresa y administrar justicia exigía admitir superioridad y la condición inferior del indio.”(FLORES GALINDO: 1994) En consecuencia, se pudo demarcar los límites entre la oligarquía, y el resto de clases populares, debido al centralismo limeño, el racismo y las diferencias monetarias existentes en el siglo XVIII.

El único vínculo existente durante el estado oligárquico fue la religión católica, ya que el fervor hacia las mismas enseñanzas fue generalizado en todo el Estado, “En 1914 la constitución del Estado no permitía el ejercicio de ninguna otra religión (FLORES GALINDO: 1994). A su vez, la religión católica proponía un objetivo de perfección y ventura individual, únicamente atribuido a la aristocracia limeña, debido a la carencia de recursos dentro de las clases populares, por ello las discrepancias persistían.

Actualmente, aún existen ciertos rezagos de las actitudes frívolas y la persistente Lima colonial en la que residen aún sentimientos de discriminación y la constante marginación hacia las provincias. La capital del Perú continúa siendo la mejor opción de oportunidades laborales y económicas, en comparación con las demás regiones, y la visible existencia de diversas culturas aún no implementa la unificación e integración como una misma nación. El centralismo de Lima aún persiste y gran parte de la dirigencia política del país continúa viviendo una vida de lujos y un alto nivel económico. Lo paradójico se revela en la persistencia del racismo, donde la mentalidad de muchos peruanos implica que el indio es necesariamente pobre, aún existen balnearios, específicamente Asia, donde la aceptación de las empleadas domesticas es inaudita y se rige con normas sociales donde se les priva la libertad en múltiples ocasiones.

Vivimos en una sociedad donde aún existen tradiciones cegadas de la libertad de expresión, una sociedad donde la expresión se ve atendida por vínculos sociales y económicos en vez de intelectuales, acotando a la expresión común de “para hablar cojudeces hay que tener plata”. Lamentablemente, es un círculo vicioso que no logra llegar a otro fin, donde el racismo lo crean las mismas clases, específicamente por cuestiones monetarias, y luego la misma discriminación se da en torno a las oportunidades laborales y económicas. Es preciso detallar, que el racismo se ve influido por la creación del estado oligárquico, pero actualmente no es solo desde las clases altas hacia las bajas, sino que se puede observar el resentimiento de las clases populares hacia los ricos. El racismo actual, no es propiamente étnico, sino económico, donde el más pobre es el más discriminado, se considera una carga para la sociedad y se le impiden oportunidades de desarrollo, por lo cual, se desenvuelven sentimientos de resentimiento e insatisfacción con los poderes del Estado.

Actualmente se aplaude las estadísticas demostradas por el INEI, donde afirman la reducción de la pobreza en el Perú, pero se deja de lado a las miles de comunidades que han aumentado su nivel de pobreza y se han visto marginadas por las oportunidades crecientes que apoyan al Perú en su totalidad. La sociedad limeña continúa pensado que el Perú es la misma capital, por la mejoría en la situación político-económica, pero la carencia para conformar un estado es la integración social de sus componentes, como una unidad cultural con cierto amor común por la patria.

En conclusión, las discrepancias raciales persisten en una sociedad carente de integración patriótica, un rasgo característico de la oligarquía del siglo XVIII, donde la consolidación económica del país no es suficiente para integrar sus componentes sociales. Somos un país adolescente, donde recién las bases se están asentando y la sociedad debe reconocer sus errores y tratar de cambiarlos, para juntos conformar un solo Perú, y no el demarcado país que podemos apreciar en la actualidad. Las limitaciones son atribuidas geográficamente, pero más que nada monetariamente y por ello con la mejoría económica se podría solventar un nuevo progreso de integración social.